6.1 No Mienta


6.1         No Mienta

De todas estas consideraciones sobre la prudencia a la hora de informar, incluso de las indicaciones puntuales de no hacerlo, no debe inferirse que sea aconsejable la mentira, ni mucho menos. Dice M. A. Broggi28 que precisamente, quizá sea ya el momento de iniciar un debate social en nuestra cultura sobre esta lacra, antaño tan bien tolerada. Habría que decir con rotundidad que debe ser desterrada como opción. Los argumentos más sólidos serían, por una parte, que se trata de un abuso grave de confianza, de la confianza que el enfermo deposita en nosotros y por la que no tenemos derecho a decepcionarle. Por otra parte, porque es un camino irreversible; para corregirlo deberíamos destruir todo el trecho andado y, con seguridad, la confianza futura; debe tenerse en cuenta que cabe la posibilidad de necesitar más tarde una verdad ahora soslayada y que, por tanto, debe dejarse la posibilidad de iluminar más tarde lo que ahora aún queda en sombras. Finalmente, la mentira casi nunca es necesaria; pueden encontrarse fórmulas no irreversibles de aproximación a la verdad, aunque no sea "total", aunque sea pospuesta y ampliable más adelante. El contrario de la verdad cruel no es la mentira piadosa. Es la verdad la que debería ser lo más piadosa posible, y lo será en la medida que sea adaptada, escalonada, respetuosa. La verdad es amplia y multiforme y permite moverse en ella. La mentira, en cambio, es concreta y puede encadenar definitivamente.

La autenticidad es una cualidad cardinal en toda relación interhumana y es indispensable para la confianza mutua entre médico y enfermo. Es difícil para un médico cuidar a un enfermo que no tuviera confianza en él como para seguir sus prescripciones. Sería todavía más difícil para un enfermo el poner su suerte en manos de un médico sin otorgarle su confianza: él la perderá si se apercibe -lo que es difícilmente evitable- de que este último le miente. La consecuencia inevitable es la decepción

Que el enfermo sorprenda a su médico en un renuncio, supone el golpe más cruel de todos. Además, cuando el médico ha mentido al enfermo, indefectiblemente la familia también lo ha hecho. Es fácil imaginar lo que puede sentir una persona, próxima a morir y que descubre que su médico y sus seres queridos (es decir, todos los que le importan) le han mentido. La ética enseña que no puede justificarse la acción de quien engaña a un hombre que confía razonablemente en él.

Dice Monge que el octavo mandamiento del Decálogo ("No mentirás") tiene también su puesto en la deontología médica. Nunca está permitida la mentira. Recuérdese que mentir es decir lo contrario de lo que se piensa. Ni el médico ni la enfermera pueden mentir al enfermo ni inducirle a engaño con sus palabras o sus gestos. Esto no significa que exista siempre obligación de decir toda la verdad. Porque una cosa es decir mentira y otra es callar la verdad. Jamás se puede mentir, pero no siempre hay obligación de decir la verdad; incluso en ocasiones, puede haber obligación de callar la verdad, eludiendo contestaciones a preguntas indirectas que hace el enfermo (preguntas hechas por motivos distintos: reafirmación, ganar esperanza, sobreponerse al miedo, etc.), pero esperando el momento oportuno de manifestarla, o mejor, tratando de ir dándola progresivamente, como hemos dicho anteriormente. En este asunto no rige la ley "del todo o el nada" y tampoco sirve la fórmula del juramento judicial de "la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad".

La verdad es antídoto del miedo. La verdad es un potente agente terapéutico. La verdad libera. La verdad (hemos visto) nos hace libres y autónomos. Lo terrible y conocido es mucho mejor que lo terrible y desconocido. Bien decía Goya que "el sueño de la razón engendra monstruos".

No es infrecuente que los pacientes manifiesten que desde que conocen su diagnóstico valoran mucho más la vida y tratan de sacar mayor partido de ella, o que están decididos a ponerlo todo por detrás de sí mismo, o que entienden que la enfermedad ha tenido también aspectos positivos o les ha beneficiado en algún sentido.

Una vez más, recurrimos a la literatura donde tantas veces surgen ejemplos interesantes.

Además de todo esto, es realmente difícil, por no decir imposible, mantener una mentira un día tras otro. La mayoría de nosotros somos muy malos actores. Informaciones exactas y convergentes suministradas por varios interlocutores tranquilizan, mientras que reacciones de huida de algunos cuidadores o indicaciones contradictorias, corren el riesgo de desestabilizar e inquietar al enfermo. Es reconfortante, por el contrario, sentir que los cuidadores que se ocupan de nosotros controlan la situación y nos hacen participar en los asuntos que nos conciernen. La diversidad de los interlocutores no debe suponer para el enfermo una fuente de confusión sino un ofrecimiento de libertad.